proyecto novela colectiva CAPITULO UNO- EL FUEGO

ATOSIGARLOS DE ODIO en sus cabecitas
para que sus pensamientos detonen lo inesperado.
Así, el enfermerito programaba sus máquinas
en silencio y estaba al tanto de todo.

Vigilarlos hasta el agotamiento, amedrentarlos en pequeñas dosis, como si todo aquello fuera un asunto normal. Atosigarlos de odio en sus cabecitas para que en sus pensamientos se detonara lo inesperado, me decían, 20 años atrás.

Ahora irrumpe esta imagen que seca mi boca. Piececitos de todos esos niños, alienados en la pared, boquita abajo, sometidos a los certeros estímulos que provocaban las sofisticadas máquinas, diseñadas como piezas únicas para la ocasión.

Jirones de sus carnes impregnaban las paredes humedeciendo los azulejos de sangre, lo que completaba el aspecto de una carnicería fatal.

Las paredes, de un metal indestructible, encubren el olor de la sangre virgen.

“Hay que matarlos por traidores”, me ordenaban sin mayor explicación. Obediente, yo no preguntaba nada. Creía, que había sido rigurosamente seleccionado para llevar a acabo una operación de inteligencia sobre los cuerpitos peligrosos de los niños. Para una nueva sociedad que ellos pensaban reconstruir.

Durante más de dos décadas la imagen de sus pensamientos rebeldes desangrándose en las paredes me persigue, las mismas paredes que luego de las sesiones y los experimentos, los niños enjuagaban, para obedecer las exahustivas normas de la cárcel de alta seguridad.

Mis ojos vigilaban empíricamente y sin parpadeos, cualquier atisbo de contacto entre los pequeños prisioneros. Era mi deber advertir sus comportamientos sospechosos. Una y otra vez yo debía vigilarlos.

¿Pero, quiénes eran ellos? Tal vez nunca llegue a saberlo. Lo único claro es que cualquier gesto, por ínfimo que fuera, debía ser registrado en los expedientes, y yo, había sido adiestrado para ello.

Que las pequeñas víctimas limpiaran las consecuencias de sus martirios, era para mi una especie de suplicio persistente, porque sabía que todo había sido exquisitamente calculado.


Prohibido interpelar al vínculo.

No se les podía eliminar de raíz, porque ellos temían que sus almas pulularan en la tierra denunciando los martirios padecidos por decenios. Había que provocarles un golpe, castigarlos en un infierno bajo tierra, para que sus almas pecadoras no deambularan en ese nuevo mundo que buscaban, uno que sería reservado solo para adultos.

Programaba los chips adosados en sus orejillas, planificando el silencio forzado que otros querían manejar. Era el objetivo. Matarlos con su propio mutismo y el de los demás, reproduciendo al unísono una desesperada mordaza.

Cámaras apostadas desde lo alto expían incesantemente el delito de ser niños. Baja la única amenaza de ser los portadores de una revolución total. Porque eso era lo que les molestaba a ellos, a los otros, el que fueran niños. Una especie de otredad ávida de denunciar.

¿Pero, a quién había que denunciar, si hasta la iglesia aquella, estaba involucrada hasta el cuello blanco, tan blanco de los sacerdotes? ¿Qué es lo que ellos temían que se denunciara? Una herencia corrupta, recargada de acciones sin ética. Los actos desmedidos y patriarcas de violencia física, abuso sexual, explotación infantil. O los delitos que los adultos programaban, para controlar sus almas y cuerpos de gestos inocentes.

Mis ojos contratados ejercían como cortapisas, condicionados a reprimir todo tipo de comunicación humana, reduciendo el diario vivir a un equilibrio pavoroso.

Una mudez siniestra oprime ahora mis sueños.

Por más de dos décadas no puedo dormir con el recuerdo de los niños en esa oscuridad, sin que otros se enteraran, solo porque no tenían a nadie, y eso era tal vez lo más triste.

Los niños, conformaban una minoría inquietante, el aire fresco de la disidencia, negándose a ser un porcentaje enajenado; a repetir la estructura impuesta.

En aquel tiempo, abandonado de palabras difuntas el silencio se entretejía en la garganta y se disolvía en el aire. Ellos habían sido abandonados allí, en medio de esa cárcel de metal, a causa de su categoría de sujetos indignos. Un poderoso estorbo que había que custodiar y ellos, estaban dispuestos a todo. Pero inmutable, yo no reparaba en eso.

Recién ahora puedo ver como este mundo trae niños para ser ejecutados.

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