LA MUJER ALEMANA


Una mujer alemana sube al microbús. Se detiene en el medio del pasillo. Está claramente está enferma. Psiquiátrica, deteriorada. Su aspecto, su cabeza, deteriorados. Su acento es malo, muy malo su lenguaje. Titubea.

—Me robaron mi plata—dice.

Su mirada furiosa nos agrede.

—Yo que vengo a Chile a trabajar gratis, para los pobres con mi trabajo y me roban mi plata. Sí ustedes, me robaron mi plata así —insiste, cada vez más agitada.—Me robaron mis papeles —dice.

—Son unos ladrones —y con un gesto nos muestra el interior de un bolso gastado.

Luego se detiene al lado de un muchacho.

—Feos —grita.

—Ustedes son muy feos. Y apunta a un hombre, a una mujer, a un niño.

A todos nos apunta indistintamente con su furia.

Cada vez más alterada de aspecto, la mujer atemoriza, intimida.

Insulta a los trabajadores, a los peatones, a todos nos insulta.

La mujer avanza en dirección a uno de los asientos del fondo de la máquina y se sienta al lado de una mujer que mira hacia fuera.

En segundos la mujer la toma por los hombros. La otra, paralizada por la angustia permanece quieta.

Sus miradas se cruzan, intensamente.



- Perdón, pero a usted no la conozco. Me ha zamarreado , ha ladrado rabia por todos lados y no le voy a permitir que me angustie con su historia de primer mundo. Yo también, tengo problemas , y créame, que son horrorosos como los suyos, pero no me interesa ponerlos en común con sus ínfulas y humos que se desprenden por su blanca cabellera, y sus ojos celestes que no iluminan.



La otra mujer se sobresaltada y captura aún más la atención del público, mientras cierto relajo se apodera en el escenario en movimiento. Penetra un mutismo, las miradas se posicionan en los labios curtidos de tantas palabras henchidas de luchas contra la pobreza, labios hipnotizados por ella, por el miedo a babear pobrezas. La máquina avanza…



Lento, muy lento, el chofer deja de acelerar, mientras la inercia modifica su estado anterior poco a poco.

- Soy Alemana, cuando la GESTAPO exterminaba a los judíos, yo tenía un año. Mi padre era uno de ellos. He vivido pobrezas, enormes pobrezas, que ustedes ni imaginan. Y yo la odio, a toda ella en su conjunto en todas sus formas y veo en este bus pobrezas que persiguen sus feos rostros. A usted señora que dice no interesarle mis problemas, yo veo su cara poseída de angustia:

- ¿Por qué usted me miró a los ojos? Sepa usted que a los locos, yo no los miraría ni muerta. Porque me niego a verme en el espejo recalcada, enfatizada, reiterada, exagerada como una metáfora burlona, insistida como una caricatura, subrayada como con una mayúsculo locura.



La mujer alemana, toma aire, respira hondo y de su bolso, saca una botella de agua, la que transfiguró poco a poco la energía del bus disminuyendo el ritmo del latir de los corazones, y se empina en sorbos. Retoma el discurso paseando su mirada en los cuerpos inertes que no oponen resistencia al acento alemán.



Ser loca y pobre, o pobre loca, es para pegarse un tiro en la sien. ¡El mundo es una mierda, no se dan cuenta! Hay que registrar las calamidades humanas, aunque usted sea el fotógrafo de los perdedores, de los enterrados vivos, o bien luchar contra la pobreza intelectual, que es lo que yo hago aquí. Pero saben, ya estoy cansada, muy cansada.



Se seca la frente que llena de sudores pasados, brotaban en la blanca piel.



- ¡Hay que modificar el estado en reposo de los cuerpos aletargados!, señala hablando cada vez más fuerte.



Su acento ininteligible traspasaba oídos que comprendían con sudor en las manos la potencia tras verdaderas palabras y gestos.

- ¡El mundo es una mierda¡ dice aún con más fuerza.

- Die Welt Ist Ein Shit!!!!!! repite en aleman.

- El mundo está lleno de calamidades, cosas horrendas, gente mala, batallas, contaminación y un largo etcétera que es casi imposible no enfermarse; los que no se enferman nunca son los sospechosos. Los hombres podrán cansarse de comer de beber e incluso de hacer el amor, pero no de hacer la guerra, y la vida en este contexto es una de las batallas más cruentas. Cuántas veces me despierto justo cuando la angustia muerde el borde superior de mi estomago, impidiendo un suspiro, mientras balas de serotoninas pasan de largo, anunciando que el estado de la angustia no va a cambiar. Cualquiera sabe a esta altura que el hombre es la enfermedad de la tierra…

Toma su bolso gastado, y saca un revólver apuntando indistintamente sobre todos y ninguno, tras movimientos en círculo y zigzagueantes para detenerse en el chofer que nada comprendía. Comienza reírse, dando a entender que sólo bromeaba, que la pistola era de fogueo. El chofer, manipula la radio del autobús y atina a colocar un tango:



- Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé,

en el quinientos seis y en el dos mil también;



La alemana abre unos ojos azules que ahora si iluminan a todos los rostros embelesados y tras una enorme carcajada, se escucha una risa que contagia al resto y del tango pasaron a una risa imparable a tal punto que la alemana cae al suelo atestada de carcajadas que triplicaron aun más las risas como una potente droga.