TU LUNAR NO MIENTE




“Quien no ha sufrido la enorme ironía de entregarlo todo por un instante recibiendo migajas a cambio

Cambiaste tu nombre.
Dijiste que vivías en Vitacura con unos amigos.
A penas besas, sólo penetras.
No tomas de mi botella de agua. ¿Te doy asco?¿Eres casado?
Qué lindo eres", dices. No te creo.
Acabas advirtiendo que te vas a estudiar a Nueva York en una semana
por eso vives con tus padres ahora.
Tu lunar, tu maldito lunar en el culo me recuerda, que hace 9 años me contaste el mismo cuento, que te ibas a Nueva York. Estuvimos en tu depto en vitacura esa vez. ¿Ya no lo recuerdas?
Exactas mentiras innecesarias de siempre, con un boleto de vuelta aferrado en tu mano.
¿Por eso no me tocas?.
Nos vemos en 9 años más.
Cambia los lugares, eso sí,
son exageradamente distinguidos
como para tirar en una sombría bodega, como esta vez.

BANDERA 331

Pitos de marihuana bañados en tolueno te ayudaban para evadir los cheques protestados que te perseguían desde Valparaíso. Arrendaste una casona en pleno barrio Bandera, subalquilas piezas a peruanos huéspedes. Así, mantenías ese vicio que no te soltaba. Captas que la hierba fragmenta el pensamiento, sin embargo, olvidas apagar la estufa a gas, y abrasas tu pito fúnebre, caldeando el aire desgraciado que te envolvía. Un vecino llama al 132. ¡Incendio en Bandera 331!

UNA PUTA NOCHE....


Frotamientos eternos caldeaban la atmósfera nocturna, nuestros diablos salían a bailar su armoniosa danza, insípidos descubríamos placeres apasionados de inflamados miasmas. Tu departamento de soltero exitoso, cargaba sus oropeles muertos. Desnudo derramo mi música, mientras tu gato muestra filudos dientes. Ya en el baño, cumplíamos la transacción. Te niegas a mirar por la ventana. Afuera, la ciudad reclama exhibicionismo. En el edificio del frente, alguien aplaude movimientos y desprende efluvios en un escenario de azulejos. Creías que gemía por ti, pero era la ciudad entera la que robaba mis vibraciones. Son 40 mil, querido. Un placer

LESAS MIRADAS

Sube en estación Salvador. Un abrigo oscuro cubre su pecho con flemas. Sus ojos afiebrados desprenden lágrimas brillosas. Entrecortada su respiración reclama aire. Nadie la mira de frente. El Transantiago paraliza la sensibilidad de la urbe para una mujer de más de sesenta. Un ángel cae del cielo. ¿Qué le pasa? ¿Viene del Hospital del Toráx? Soy funcionaria del Ministerio de Salud. ¿Qué médico la atendió? ¿Le pusieron oxigeno? ¿Por qué no la hospitalizaron? "Estación Tobalaba, lugar de combinación, línea 4". Apenas se la escucha tan dañada por el smog y el frío. Perdóneme señora, me tengo que bajar, estoy apurado

UN PEDAZO DE OBJETOS DEL SILENCIO

SECRETOS DE INFANCIA e JAVIERITO e


Los niños no son ángeles, ni seres asexuados, sino pequeños cuerpos habitados por una mente, una lengua, un sexo virgen que la tierra anida bajo la sospechosa mirada de adultos que estampan huellas imborrables en el frágil imaginario pueril









De los cuentos que te relaté, qué curioso, pero sólo recuerdo uno: el del tipo de la camioneta, el remedio llamado tenderol y todo eso.
Tengo 9 años. Es verano. Hace mucho calor. Son las cuatro de la tarde, cuando el letargo estival mantiene a los vecinos adormilados en una siesta eterna. Decido comprar un helado llamado lasér que imita perfectamente un falo rojo, demasiado rojo para un niño, cuyos saborizantes artificiales se encargan de dulcificar un paladar tan inexperto.
Era mi helado preferido, y recuerdo que cuando estaba en segundo básico, unos promotores de savory nos regalaron uno a cada niño de la clase de ese colegio católico donde tan mal lo pasé. Ahora entiendo, lo efectivo de la estrategia de marketing de dicha compañía, manipulando el deseo infantil.
En el trayecto de regreso a mi casa, con el helado en la mano, aparece perezosamente una camioneta igualita a la del tio Jessy de los "The Dukes of Hazzard” que por esos días se estrenaba antes de “Tardes de Cine” en el canal siete.
De la ventana de la Ford del año ´51 me preguntan dónde está la farmacia más cercana. Era un tipo de aspecto rudo, pero con una voz bastante suave que parecía más dulce aún que mi propio helado. Una vez que le explico lo que me pide, añade:“¿podrías acompañarme?”.
La adrenalina recorre mi cuerpo repentinamente ante tamaña oferta indebida. Le contesto girando mi rostro de izquierda a derecha en un claro ademán de negativa. Sabía que no debía ir, era lo que correspondía de acuerdo a lo que me habían enseñado mis padres. Sin embargo, mientras el movía sus velludos brazos desnudos indicándome que suba de copiloto me replica: “soy del sur y no me ubico en Santiago”; la mezcla de su dulce voz acompañada de un cuerpo de hombre me sedujo, e impulsivamente me encaramo en esa camioneta que me parecía tan grande y tan cercana, como la del tío Jessy. De puro ingenuo, ni pienso en los peligros. Pude captar el cariño de la gente del sur tan distinta a nosotros en ese hombre. Y me aventuro en un periplo inusual.
Realmente hace mucho calor. Y a pesar de la tensión que experimentaba en tanto avanzábamos -y mi rostro se iluminaba de rubor- lo miré de reojo. Él vestido con short y polera, y mientras pasa los cambios que estaban a la altura del volante, me pregunta que le indique el camino hacia la farmacia.
Sigue haciendo demasiado calor. A esa altura ya me había zampado el helado que pintó mis labios de color rojo, según me percaté en el espejo del vehículo, casi como un gesto de inocente coquetería.
Finalmente llegamos a la farmacia. El tipo detiene la camioneta y me pasa un billete de cien pesos, me parece que de esos que tenían el dibujo de Arturo Prat. Me dice que le compre una pomada que se llama Tenderol. Entro a la farmacia, pero la persona que me atiende me señala que no me alcanza el dinero. Le comunico al tipo la situación y nos alejamos de ahí con las manos vacías.
Justo cuando emprendemos un rumbo desconocido me explica que tiene un dolor muy fuerte en la zona de la ingle. Luego se queda pensando y me pide que le devuelva el billete.
Insiste en relatar el origen y la historia de su dolor. Me dice que para explicármelo mejor va a tocarme. Comienza a apuntar certeramente donde le duele. Me manosea muy cerca de la zona en cuestión. Pese a que yo tenía un short de color rojo, medio gastado en la cintura, pero que mi madre se había encargado de anudarlo firmemente en la mañana, su mano demostró ser muy ducha en estas materias, desanundando casi como una varita mágica los nudos de mi madre. Debo decir además que este era mi pantalón corto favorito.
Ahora comprendo que esa prenda de color rojizo me hacia juego con el helado y los labios pintarrajeados por los colorantes; era una dulce tentación para ese hombre que tal vez tuvo una infancia de mierda. Era el momento propicio para sublimar y recuperar la infancia que nunca tuvo.
A pesar de las amarras de mi madre para ajustar el short, esa mano de hombre de campo se coló en mis intimidades, directamente sobre mi piel casi como una pluma que te acaricia el rostro. Sin embargo, no recuerdo haber tenido alguna erección ni nada.
Luego los papeles se intercambian, el tipo lleva mi mano a su pubis, y me dice “oye y ustedes no hacen estas cosas en Santiago”, ahí me di cuenta de sus intenciones, y la camioneta avanzaba y el calor era insoportablemente exquisito, como un sauna, y cuando nadie lo esperaba pierde el control del vehículo y para mi suerte, o para mi desgracia, casi chocamos con otro auto. La chantada quedó estampada en la calle, levantando una polvareda que se mezcló con la vaporosa circunstancia al interior de la camioneta del tío Jessy.
El impacto fue tan fuerte que la adrenalina del momento anterior, aumentó exponencialmente y se transformó en una energía demasiado poderosa como para que un cuerpo de niño tan frágil la siguiera soportando.
Aproveché ese instante para escaparme y el posible choque resultó ser como mi salvación. Finalmente el hombre sureño sólo alcanzó a acariciar mis genitales mientras circulábamos por las calles del barrio, con el auto en movimiento, y no pasó nada más.
Al llegar a casa lavé mis manos muchísimas veces. Esa sensación de suciedad permaneció mucho tiempo. Y ni el agua ni el jabón podían olvidar ni limpiar aquella maldita sensación de culpa asquerosa que no me dejaba en paz, pero que además se combinaba con una enorme atracción también, desarrollando desde ese momento una pulsión a través de mis sueños. Quiero rescatar y asumir que él apareció en mis sueños muchas veces, como una fantasía no resuelta, y que ahora que tengo 33 años nunca podré concretar, porque ya no soy niño. Es una fantasía a medias.
No me complica el tema porque comprendo que el experimentar contradicciones entre lo sucio y lo limpio, entre atracción y rechazo, entre lo negro y lo blanco es algo tan humano, en definitiva una invención.
Lavarme las manos, una y otra vez, a hurtadillas para que nadie me viera. Eso recuerdo. Afortunadamente tuve suerte porque el tipo no fue violento.
Lo que me duele de esta situación no es el episodio en sí mismo, sino que mi madre no generó el terreno ni la confianza como para que yo le hubiera comunicado inmediatamente lo sucedido, pesó más la culpa que ellos (mis padres) se encargaron de inculcarme, a través de ese maldito colegio católico que detesto. Mi labor se remitió a lavarme las manos a hurtadillas como si eso fuera a servirme de algo. Qué duro sería para ella contarle esto, y enterarse que su papel se remitió en esta historia a amarrarme mis pantalones para que no se me cayeran ni quedara al descubierto de nadie mis lugares más íntimos. Es una tremenda lástima, pero el tenerlo claro, asumido y resuelto, me hace perdonarla y quererla aún más, en silencio, guardando el secreto.
Lo que más me impresionaba de los recuerdos de mi historia, era sentir la necesidad de lavarme las manos y al mismo tiempo desear mucho más, pero me resultaba tan difícil desarrollar esta última idea, porque la culpa que sentí era tan intensa que atenuaba mis instintos.
No tengo problemas en revelar este secreto ahora, simplemente estoy tratando de ser sincero conmigo, no existe nada más sano que eso. Siento que ese episodio de mi vida es un tema más que superado. Como ves la culpa, la atracción y el rechazo, lo sucio, el elemento externo que me salva, son los ingredientes que destaco de todo esto.
Ahora que soy adulto pienso que el placer no es terreno absoluto de los adultos.
Yo quería en fondo de mi corazón obtener placer, por que me sentía atraído por el tipo, pero había una voz que irrumpía en mí tan fuerte y que me decía no, no, no, eso no, que me bajé de la camioneta, apenas el tipo freno antes de que chocáramos.
Podría seguir profundizando en el tema, es más, me entusiasma la idea, porque siento que al revelar estos secretos tan escondidos, de cosas que nos sucedieron cuando éramos indefensos y estábamos desprovistos es tremendamente marcador y definitivo en el futuro, como también estoy seguro de que todos estamos plagados de estas historias.