LABIOS COSIDOS




Todas las palabras que he pensado, todas ellas, viajan divididas por mi cuerpo para jamás ser dichas. Ni papá, ni mamá, ni mis hermanas, ni el perro, ni el gato han escuchado una sílaba de mi boca hinchada de letras que bailotean descoordinadas un silencio predestinado.

Mis labios están cosidos con hilos que cuelan mi lenguaje ajeno a este mundo. Nací para incomunicar, para no definir ni redefinir relaciones afectivas con nadie. 24 años en que mis labios sólo saben de marraquetas crujientes, a diario, que riegan con su vitamina B, neurotrasmisores que trasportan una fatal incertidumbre.

Mamá, me quiere, yo lo sé, pero a veces me grita, me amenaza con una cuchara de palo, porque en mis momentos de crisis - cuando intento comunicarme con gestos que no corresponden a mis palabras balbuceantes- sulfura. Ella fuma, fuma mucho, mimetizándose con mi angustia.

Tartamudeos penetrantes estallan en mis oídos como turbinas girando crecientemente. Siento ruido en mis tímpanos, murmullos que no puedo escuchar, ruido importuno que no ha parado en 24 años, ruido que me persigue y que a ratos se extiende no importando si son las 6 am, la una de la tarde, o a las tres. Porque para mi no hay horarios. Puedo caminar de la cocina a mi pieza y de la pieza a la cocina tres horas sin parar, mientras las turbinas trabajan a toda velocidad pegadas a mis orejas.

Es ahí, cuando exploto palabras no dichas y cuando los flujos sanguíneos están alterados al máximo, la sangre se intromete, siempre la sangre, con las palabras, las cerca, les pone un candado una a una y las deja calladitas para siempre, las destruye como un virus fagocita del núcleo de una célula, ella arma un entramado con mis emociones aspirándolas como una vampira.

Mamá, siempre mamá, pegada a mi como las turbinas, fumando, vigilando la cocina para que yo no me engulla el refrigerador, me da unas pildoritas que humedecen las neuronas, pero a un precio que ni les cuento porque la boca, siempre la boca, se seca, entonces entro al baño, mil veces, en mis paseos noctámbulos para tomar agua, mucho agua, de la cañería.

Los flujos internos se ponen en marcha encerrando palabras, encarcelando mi lenguaje, esclavo de mensajes que no cuajan a tal punto de echarme a perder mi estomago, y al baño de nuevo para eliminar oraciones desahuciadas en forma de fecas.

Las secreciones inician erosiones de mis órganos , impulsadas por las malditas turbinas que no paran de trabajar, siempre las turbinas, nublando mis ojos que no miran a nadie.


Voy a explotar de estar dentro de mi. No miro, no hablo, no como, embucho todo a mi paso. Me masturbo con movimientos precisos, dosificados, intensos a hurtadillas de la cuchara de palo, los jugos se desprenden y mamá, como una esclava limpia, y limpia, con su cigarro en la mano. Suena el despertador, 6 am, papá se levanta, hay hambre, siempre el hambre, y la urgencia biológica de trasmutar la sangre empapada, siempre la sangre, de mis emociones y palabras.

Neurotrasmisores se van desconectando uno tras uno al mismo tiempo y a veces dos y tres y cuatro hasta no parar, entonces grito, y muevo la cabeza rápidamente, como un animal rabioso tirando manotazos, sacudiéndome esa sensación de múltiples pensamientos fragmentados. Mamá que se había acostado hace poco, aparece con las marraquetas, siempre las marraquetas, pero esta vez con mantequilla y un té. Gracias mamá, gracias mamá, cómo te lo digo?

1 comentario:

Eugenia Prado Bassi dijo...

Todas las palabras que he pensado, todas ellas, viajan divididas por mi cuerpo para jamás ser dichas.


absolutamente hermoso,

abrazos